(Rosario y la explosión del 6 de agosto).- “Es un tema monótono, sin gancho”, nos dicen los “editores responsables” cuando se plantea el tratamiento periodístico de cuestiones estructurales pero “no tan novedosos, ni noticiables”. Más allá de las notas referidas “al miedo a sólo quince minutos del centro” o sobre plazas tomadas por “chicos sospechosos”, la inseguridad no suele ser relacionada en la prensa con el accionar de la voracidad empresarial y la irresponsabilidad o complicidad de los funcionarios.
Ahora saldrán estadísticas, antecedentes y
todo el cruce de acusaciones. Tampoco faltará la pregunta sobre “cuántos muertes
hacen falta para ver qué pasa con las construcciones, instalaciones o
habilitaciones de obras. También en ese marco sería como urgente ver qué hace
falta para que el periodismo indague sobre la calidad y condiciones de vida,
las especulaciones inmobiliarias y deje de promocionar el “Boom de la
construcción”. Dos días antes de la explosión el tema de tapa, el más
importante para el criterio del decano de la prensa argentina era “Se
levantarán 11 edificios más en Puerto Norte”.
En una ciudad donde deber ser “normal”
controlar a la inversión privada. La lógica capitalista busca acumulación de
ganancias, cueste lo que cueste.
Más allá de esa política empresarial,
muchos compañeros de prensa trabajan con un rigor y ética que hace que este
oficio terrestre sea digno. Se intento informar lo que pudieron indagar y
chequear. El rol del servicio público y el respeto por la emergencia fue
antepuesto al logro de la primicia. Pero eso, eso ya no alcanza.
Sucede que aún parece difícil para
algunos no ser arrastrados o atraídos por el tratamiento del relato señalado
por los guardianes de intereses patronales. ¿Qué ética tienen los profesionales
que resaltaron que ahora la TV puede competir con la radio.
Mañana, esa tecnología que permitió
estar rápido en el lugar, también podría servir para traspasar los bulevares,
donde el temor a transitarlo es siempre menor cuando no sólo se visitan esos
barrios en caso de accidentes, robos o cortes de calles.
Tras el laburo de los movileros, compañeros de
redacciones y estudios, ahora veremos si esa entrega y responsabilidad se pone
también para “RESCATAR A LA DIGNIDAD", para ver las causas, controles,
responsables y el abandono de persona que realiza el Estado al dejar en manos
privados cuestiones de vida
El arquitecto Rubén Benedetti, (en una
nota de La Capital donde se buscó una fuente seria), señala que “no puede ser
que una operación de mantenimiento rutinaria termine con tantas víctimas y
daños”. Señala que luego “será el momento de preguntarnos quiénes intervienen
en los edificios y quiénes se ocupan del mantenimiento. Y también quiénes son
los responsables de controlarlo”.
Benedetti afirma que “si no hay medidas de
prevención adecuadas, en algún momento algo sucederá”. Es claro, se podía
evitar y por eso no fue un accidente. Pero nada de eso se informó, sobre la
falta de precauciones y que en rigor no se puede hablar de
"accidente".
También señala que “en Argentina no existe una
legislación específica sobre la seguridad de las instalaciones en los
edificios. Hay reglamentos y recomendaciones, pero no tienen fuerza de ley. Lo
peor es que la Municipalidad, por ejemplo, ni siquiera tiene recursos humanos
suficientes para controlar que sus recomendaciones en esa materia se cumplan”.
Entonces, habrá que aceptar que nunca nos dimos cuenta de esa falencia, no nos
interesó trabajarlo o nos dijeron que no era un tema “agradable” o “hay
sugerencias de no tocarlo”, para mejor seguir con la frivolidad.
La búsqueda de “héroes” para armar
relatos esperanzados, “historias de vida” tratadas como hechos individuales y
no sociales, o ese remarcar sobre la indiscutible solidaridad de la población,
no puede encubrir a los responsables: desde la empresa y quienes deben
controlarlos.
El arquitecto Benedetti también contó
que al ir al lugar, le dijo a uno des sus colegas: “Llegó el día. Habíamos
aceptado el riesgo de que ocurriera”. También parte de la prensa se dejó
domesticar para aceptar el encubrimiento, la complicidad, el desinterés y la
falta de rigor informativo.
Seguramente, tras días de estar en la calle, el contacto con los vecinos
y la dura realidad, ese dolor se pueda transformar en una bronca que genere el
debate con los compañeros sobre el trabajo diario, responsabilidades y la ética
del trabajador de prensa para protagonizar el rescate de un oficio terrestre
que debe ser un servicio para la comunidad.