viernes, 25 de mayo de 2012

1810. De pasquines, contrainformación y ruptura

Manuscritos e impresos clandestinos burlaban al monopolio de la
 prensa del virreinato. La aldea empezaba a debatir, informarse y a
actuar .
Subían mensajes al muro, pero no era de Faceboock, eran clavados
o pegados a las apuradas en los muros de adobe y en postes de la
rústica Buenos Ayres  que se despabilaba del orden del virreinato.
Había bronca, estaban los que deseaban mantener los privilegios, los que buscaban más beneficios económicos y no faltaban quienes soñaban con la revolución.
      El monopolio siempre prensó a la prensa. Apenas sostenida y al viento una áspera hoja garabateada con plumas rápidas y punzantes acusaba de farsante y ladrón a un distinguido funcionario de su majestad española.
           Así, y de boca en boca o con lecturas en voz alta, porque no todos sabían leer, en esquinas, plazas, veredas del templo, pulperías, reuniones masónicas o en elegantes tertulias, se difundían las noticias manuscrita y difundidas con la pasión de la conjuras revolucionaria. Había urgencias por tener noticias, conocimientos, ya no se creía en la prensa oficial. 
Los ideales de fraternidad, igualdad, libertad de prensa, división de poderes y descentralización, navegaban por la mar y no la red, para desembarcar en nuestras costas, donde la inconformidad ante el autoritarismo y monopolios, ya no era teoría abstracta.
También, en esa clandestinidad de las noches, muchachones de groseros modales y en precarias cabalgaduras difundían a garrotazos el llamado ideal emancipador.
            Para el historiador platense César “Tato” Díaz: “Al hablar de periodismo en la región hay que mencionar 1759. Todos hablan de 1801 porque es cuando sale el “Telégrafo Mercantil”, que es el primer impreso. Pero antes hubo manifestaciones comunicacionales muy importantes”.
“Entre esas “formas y medios alternativos de comunicación”, también el periodismo protagonizó un “rol central en el proceso revolucionario de Mayo de 1810”, dice Díaz.
             Ya en diciembre de 1759 aparece públicamente el primer manuscrito y con informaciones. “Era una suerte de gacetilla”, explica Días en su tesis doctoral “Periodismo y comunicación en los inicios de la modernidad rioplatense 1759-1810”.
            En 1764 sale una “Gaceta de Buenos Aires”, pero no es la célebre de Mariano Moreno. También era escrita a mano y contenía crónicas policiales, noticias económicas y necrológicas.
            “La verdad desnuda” surge en 1776 para resaltar las críticas al virrey Pedro de Cevallos. Ya, l exclusión de los criollos del manejo político y económico revelaba a la misma clase media.
            “En la Buenos Aires de 1795, los pasquines sediciosos fueron el órgano popular de expresión de la llamada "conspiración de los franceses", primera irrupción popular en la política argentina en tanto figuran hombres procedentes de las clases populares como acusados de un delito político. En aquella oportunidad, el alcalde de primer voto Martín de Álzaga lanzó una dura persecución contra los sospechosos de conspirar y sublevar a los esclavos”, indica la comunicadora Natalia Vinelli en “Una experiencia de comunicación clandestina orientada por Rodolfo Walsh".
             “Los escritos, que amanecían pegados en distintas esquinas de la ciudad, eran el soporte adecuado para la difusión de las consignas revolucionarias que los libros prohibidos trabajaban con mayor detenimiento”, explica Vinelli.
            También resalta que en dos resoluciones de 1766 y diciembre de 1804, el poder del virreinato admite su temor a las publicaciones clandestinas. “Dichas disposiciones fueron las encargadas de prohibir en las tierras del Reino: la composición de pasquines, sátiras, versos, manifiestos y otros papeles sediciosos que circulaban clandestinamente o amanecían fijados en lugares públicos, Incluso, castigaban con dureza a quienes por simple curiosidad los guardaban o los leían”.
Vinelli retoma al historiador Boleslao Lewin, cuando decía: "en la época colonial de Hispanoamérica, a medida que surgía el descontento, aparecía el pasquín, el escrito ilegal programático, reivindicatorio o simplemente insultante. No existe una producción política escrita tan expresiva y tan auténticamente popular, por su carácter intrínseco y por la rapidez de su difusión, como la de los pasquines, vehículo por medio del cual el espíritu revolucionario penetraba en las capas populares, cuyo anhelo expresaba".
Es de notar, como indica Vinelli, que muchas veces, los mismos autores de las atrevidas páginas, eran parte de la administración, por lo que contaban con datos e informaciones, que hacía más creíbles sus denuncias.
            Manuel Belgrano, colaborador del “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio” (creado en abril de 1801), publicó allí una nota sobre la unión con paisanos, burlando la censura. Años después, en sus memorias advertía: “Mis papeles no eran otra cosa sino una acusación contra el gobierno español; pero todo pasaba y veíamos ir abriendo los ojos a nuestros paisanos”.
            Don Manuel remarcaba: “La libertad de prensa es necesaria para la instrucción pública, para el mejor gobierno de la nación y para su libertad civil, es decir, para evitar la tiranía de cualquier gobierno”.
            El prócer también escribiría en el Telégrafo Mercantil, Cabello y Meza, hasta 1802. Este  periódico sería el único autorizado por el gobierno para difundir en todo el territorio. En septiembre de ese año aparece el “Semanario de Agricultura”, hasta 1807. La publicación fue también producto del impulso de Belgrano.

La imprenta de los niños

            En tanto, comienza a ser protagonista de la historia la mimísima Real Imprenta de Niños Expósitos. Había sido fundada por el virrey Vértiz en 1780, para que el gobierno porteño pudiera difundir noticias, proclamas y bando. Fue instalada en esa institución para invertir sus ganancias en su mantenimiento, mientras que los niños internados aprendían un oficio. Los padres franciscanos fueron sus administradores, ya que también regenteaban propiedades de jesuitas, expulsados en 1767 (ver aparte).
            En la imprenta se publicaron folletos sobre las invasiones británicas de 1806 y 1807, las Memorias del Consulado, autoría de Belgrano y los primero números de la Gazeta del Gobierno de Cisneros.
En 1809 el virrey entrega la concesión a Agustín Donado y el 8 de enero de 1810 se corta la impresión de la Gazeta y Cisneros apoya la propuesta de Belgrano para crear el Correo de Comercio, que saldría el 3 de marzo.
            Sin respetar el deseo de Cisneros, Donado tradujo  y reprodujo la noticia que traía el 14 de marzo la fragata Mistletoe: los franceses ocupaban Andalucía y desarticularon la Junta de Sevilla, última resistencia española. Entonces se lanzaba la insurrección.
Allí se imprimieron las citaciones para el cabildo del 22 de mayo de 1810. Esa convocatoria fue controlada y se distribuyó a vecinos “movilizados”  y bloqueando la invitación a los declarados realistas. 
            De esa máquina salió el 7 de junio de 1810, de la mano de Moreno la “Gazeta de Buenos Ayres”, órgano oficial de la revolución. También parió a “El Censor” de Vicente Pazos Silva, en enero de 1812; “Mártir o libre”, de Monteagudo, en marzo de 1812, y “El grito del Sud”, por Julián Álvarez, en julio de 1812.

 Faraones, jesuitas e imprentas
           
En la cerrazón y despotismo de los primero años de la conquista, la palabra hegemónica era escrita como  herramienta de comunicación, conocimiento y también de ocultamiento. En 1553 había llegado la primera imprenta al continente (México), pero en 1700 los jesuitas y guaraníes fabrican una prensa, tipos y planchas para tener la primera imprenta armada en el continente. Faltaban aún 70 años para que España viera la necesidad de enviar una a sus colonias rioplatenses.
            Los jesuitas estaban en plena expansión. Según Lucio Aquilanti, en su obra “El renacer de la imprenta en las misiones guaraníes”, señala que la comunidad “tenía 612 colegios en todo el mundo, 157 convictorios, 200 misiones y unas 20 mil personas, de las cuales 8.500 eran curas).  La primera publicación estaba escrita en guaraní, pero eligieron al “Martirologio Romano”. Se trataba de un amplio catálogo de cuanto santo, beato y mártir tenía la Iglesia Católica hasta esa época.  En verdad, la obra no era una de las urgencias que tenían en conocer los originarios para una mejor calidad de vida.
            Los religiosos mantenían, a pesar de los tiempos, esa concepción de la colonización de las almas y la explotación de los cuerpos. En inmemorables tiempos del piramidal Egipto, sólo los sacerdotes, altos militares y funcionarios, además de sus escribas, sabían leer y escribir. Los magos también eran sacerdotes y propietarios de los libros sagrados.
            Pero, regresando a las guaraníticos territorios, la imprenta de las misiones en el actual Paraguay deja de imprimir en 1727. Los historiadores creen que se debe a la osada publicación de una carta del comunero Antequera, favor de los derechos de los originarios y en contra de la autoridad del rey.